martes, 4 de marzo de 2008

Critica por Lic Julio César Pantí, "Muerte en Venecia"



Lic Julio César Pantí,

Trabaja en SCT y da cursos de cine y aqui nos da su punto de vista hacia la pelicula "Muerte en Venecia"

1 comentario:

Seeya dijo...

MUERTE EN VENECIA

Ficha Técnica

Dirección: Luchino Visconti.
Intérpretes: Dirk Bogarde, Silvana Mangano, Björn Andersen y Marisa Berenson.
Música: Gustav Mahler




“MUERTE EN VENECIA”
La belleza y sus funerales
A Carlos Bravo Higuera.

Con música de Mahler y basado en la novela corta de Thomas Mann “ La muerte en Venecia” en la que según él mismo no hay inventado absolutamente nada, el icónico Director de Cine Luchino Visconti supo de un modo magistral reimaginar lo que ya estaba ahí como hecho real para mostrar de modo asombroso, la capacidad narrativa del escrito como se haría en una composición musical y viceversa, construyendo la ya clásica cinta de 1971 del mismo nombre que destaca, como pocas veces se ha hecho como un arte cinematográfico verdadero y original que hace trascender a sus propias inspiraciones literarias y musicales.

Un ejemplo: sobre un amanecer brumoso, oscuro y anhelante oímos la genial música elegida por visconti, genial en primer lugar por la duración: es un breve tiempo lento, en segundo lugar por su estructura, ideal para indicar el paso del barquito donde manda el oscuro anhelo del protagonista y haciendo de este momento la revelación de su maestría al demostrar que el cine es gozo visual con raíces musicales, ya que cada fragmento musical es el símbolo de un amor puro, imposible, con una gran muerte personal en forma de una huida verdadera centrada en la despedida. Los fragmentos musicales tomados de sinfonías por el compositor alemán Mahler no son utilizadas ambientalmente, ni tampoco se adaptan a las imágenes que vemos, sino que se convierten en pieza insustituible de las revelaciones que sentimos en este grandioso film.

Paradójicamente, hay tantas verdades que vivir en “Muerte en Venecia” que sólo pueden sugerirse aquí si contamos algo de la anécdota: Un notable compositor alemán Gustav von Aschenbach (¡personaje en realidad basado en vivencias autenticas de Malher!), llega a Venecia para pasar en 1911 una temporada de descanso. En el barco “esmeralda”, matriculado en Ancona y que le conduce a la “ciudad de los canales”, un viejo maquillado de forma exagerada interpela al viajero poco antes de atracar. El gondolero clandestino que transporta a Aschenbach hasta el “vaporetto” con dirección al Lido, decide llevarle directamente, pese a la indignada protesta del músico... Son signos extraños que prolongan la estancia de Aschenbach en el Grand Hótel des Bains, donde le recibe un encargado cuya obsequiosidad resulta molesta y servil.

Mientras espera la hora de pasar al comedor, en un ambiente mundano y lujoso, Aschenbach se fija en un muchacho de traje de marinero, que forma parte de una familia polaca- encabezada por una hierática madre y una institutriz, residente en el hotel. La belleza del adolescente, Tadzio, fascina y perturba profundamente al músico, sensaciones que se repiten en las diversas ocasiones dentro de los salones del establecimiento, en la cosmopolita playa circundante o incluso con la cercanía propiciada por un ascensor en que se encuentran las miradas de uno y otro (Intermitentemente, Aschenbach recuerda apasionadas discusiones con su amigo Alfried sobre la auténtica naturaleza del arte, el “trabajo” creativo y la dinámica inexorable del tiempo).

Sobre Venecia sopla el pesado viento siroco, y la resquebrajada salud de Aschenbach se resiente. Por ello, y para cortar su creciente atracción por Tadzio, decide abandonar la ciudad. Sin embargo, ante el hecho de que su equipaje ha sido erróneamente expedido a Como, el compositor retorna al hotel del Lido, con la íntima satisfacción de poder encontrar así de nuevo al muchacho. Son momentos de plenitud para Aschenbach, que en la playa, donde tadzio juega con su amigo Jasciu se siente inspirado para crear música, mientras revive instantes de felicidad con su mujer y su hija. Pero hay una circunstante inquietante: Aschenbach ha visto en la estación cómo un hombre se desplomaba fatalmente, y cada vez percibe más síntomas de que algo grave sucede en Venecia, cuyas calles están siendo desinfectadas: el mismo lo comprueba cuando, a la salida de misa de la basílica de San Marcos, sigue a tadzio entre los canales. Ni el encargado del hotel ni el cantante de un grupo de tonadillas populares que visita el establecimiento, le dan una explicación convincente de lo que pasa. Tampoco, al principio, el empleado de una agencia de viajes, quién no obstante acabará confesándole la verdad: sobre Venecia se ha abatido una epidemia de cólera asiático, que encuentra adecuado caldo de cultivo en el agua estancada y el siroco de la ciudad.

Se han producido ya numerosas muertes, pero las autoridades se niegan reconocer la tragedia para no dañar al turismo. Aschenbach piensa avisar del peligro a la familia de Tadzio, pero no se atreve a hacerlo. Siguiendo los consejos de un atildado peluquero, el compositor acepta que se tinten sus cabellos y se maquille su rostro con el fin de parecer más joven. Quiere vencer así la debilidad de un cuerpo quebrado, que no puede resistir ya otro paseo siguiendo furtivamente a Tadzio por las calles venecianas, envueltas en señales inequívocas de la epidemia.

Tras una noche de pesadilla (donde recuerda el tremendo fracaso público de una de sus obras y las violentas acusaciones de Alfried, igual que antes reviviese la muerte de su hijita o la fallida relación con una prostituta llamada Esmeralda), Aschenbach desciende a la playa bajo el peso fatal de la enfermedad. Completa a Tadzio jugando una vez más con su compañero Jasciu, y cómo el muchacho se adentra en el agua. Hasta que en un determinado momento, le ve detenerse entre la bruma: con su mano derecha en las caderas, el adolescente extiende su brazo izquierdo y parece señalar a Aschenbach una dirección en el horizonte. Mientras el tinte se deshace por su cara, el músico trata de incorporarse para seguir la “llamada” de Tadzio. Pero el cólera ha minado sus fuerzas, y Aschenbach cae muerto. Dos bañistas conducen su cadáver fuera de la playa del Grand Hótel des Bains.

¿Lo ven?, Muerte en Venecia es una obra maestra esto por la serenidad con que, desde cerca del final del camino Visconti contempla la vida y la muerte. Por el profundo conocimiento del ser humano que demuestra, a través del itinerario de un personaje desbordado por la realidad, rotos los controles en que había mantenido su existencia y su creatividad. Por la lucidez con que sabe trascender un relato, desde la historia de una fascinación homosexual hasta la incesante búsqueda de belleza protagonizada por el artista, y en el último círculo concéntrico la necesidad de ese “algo más” que siempre anhelamos pero que siempre se halla fuera de nuestras posibilidades. Por la tensión interna de quién muestra la decadencia (moral, física, social) sintiéndose, a la vez, verdugo y víctima de un proceso sin salida. Por la sensitiva utilización de un auténtico lenguaje audiovisual; donde imagen y sonido alcanzan una mutua dependencia que les hace indisolubles. No existe mejor obra que “Muerte en Venecia” para conducirnos a aquellas definitivas palabras de Platón, que tanto admiraba Thomas Mann: Quien ha contemplado con sus propios ojos la belleza, está ya consagrado con la muerte

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